"El primer principio es que no debes engañarte a ti mismo, y eres la persona más fácil de engañar". -Richard Feynman.
Es un hecho que nos engañamos a nosotros mismos. Modificamos y reprimimos memorias a conveniencia, racionalizamos comportamientos inmorales y justificamos creencias a todas luces falsas simplemente para proteger nuestro ego.
Hay una amplia evidencia que demuestra que el cerebro humano es un intérprete limitado y poco confiable de la información que recibimos del mundo exterior.
¿Por qué nos engañamos de esta manera? Una teoría popular afirma que el autoengaño funciona como un mecanismo de defensa.
La mejor prueba de esto es la enorme cantidad de sesgos y falacias cognitivas que hemos identificado en los últimos años (Sesgos cognitivos).
La falacia narrativa, por ejemplo, es la tendencia a crear una narrativa de nuestra vida a partir de eventos no relacionados del pasado. Estas historias, por muy gratificantes que sean de imaginar, son inherentemente engañosas. Conducen a un sentido de cohesión y certeza que no es real. Y permean nuestra forma de ver al mundo y a nosotros mismos sin que nos demos cuenta.
Nuestros sentidos nos engañan todo el tiempo. Como animales, hemos sido lentamente moldeados por las fuerzas de la evolución. En consecuencia, hemos desarrollado sesgos y respuestas automáticas que podrían haber funcionado bien hace cientos de miles de años, pero que en el mundo actual son totalmente contraproducentes (Emociones del Paleolítico, instituciones medievales y tecnología de dioses).
Nuestras primeras impresiones suelen ser erróneas. Nuestras reacciones demasiado emocionales. Nuestras proyecciones demasiado optimistas. Por eso es una buena idea no apresurarse a sacar conclusiones. Porque nos engañamos a nosotros mismos, constantemente.